Estuve en una macrofiesta en el Odeon, en Old Harcourt Street, un lugar espacioso y sofisticado, con múltiples salones decorados con sofás de piel y terciopelo, y muchas referencias al rock. Buena música en directo, excelentes cócteles, y un surtido de bocados realmente extraordinario (increíbles hamburguesitas!). Twitter no paraba porque los 600 asistentes subían mensajes de la fiesta, y triunfaba un grupo de cabezudos que representaban a U2 y se hacían fotos con los invitados.
La calle hervía de «jóvenes» de 20 a 40, Desde Camden Street Lower hasta South Great George’s Street, entrando y saliendo de pubs y bares, y propuestas exitosas como el Exchequer, o el sobrevalorado Rustic Stone (regentado por Dylan McGrath, un chef mediático que ha hecho una fuerte apuesta por los productos naturales y de calidad). Las tapas son las reinas cool de la noche dublinesa, y el chorizo es el rey, aunque esta pasión por la cocina española lleva a algún exceso pintoresco (en una terraza anunciaban «paella de chorizo»).
Caminando 15 minutos hacia el oeste, atravesando un barrio muy humilde, llego al Storehouse, el espectacular templo-museo de la cerveza Guinnes, construido en el centro de los terrenos ocupados por la cervecera, sobre una de sus antiguas fábricas. Un multiespacio con estilazo “high tech” donde conviven exposiciones y fiestas de empresa (en la foto una degustación de quesos irlandeses en una celebración organizada por Expedia), muy adecuado para los miles de empleados de Google, Twitter, Linkedin, Airbnb, y otras muchas empresas de tecnología e internet que tienen sus oficinas europeas en los docks, la antigua zona portuaria, al este de la ciudad.
Para comprender por qué los irlandeses se están recuperando de la Gran Depresión con mayor rapidez hay que pasar unas horas en el Trinity College, esa institución que es el corazón geográfico, cultural y tecnológico de Dublin.
El Trinity, con un campus inmenso en el centro de esta pequeña ciudad, es la institución que mejor representa la apuesta de los irlandeses para salir de la madre de todas las crisis: la excelencia en el conocimiento, el entretenimiento, y la internacionalidad.
“Soy Sara, mexicana, graduada en marketing y necesito mejorar mi inglés: ¿Hablas inglés nativo y estás interesado en mejorar tu español?”
La entrada principal del Trinity es un vibrante expositor en el que estudiantes y jóvenes de todo el mundo solicitan clases de inglés a cambio de clases de español, ruso o… violoncello.
Irlanda, un país de emigrantes durante siglos, recibe ahora estudiantes y licenciados de todo el mundo, que llegan a Dublín para trabajar en las empresas de mayor éxito en el mundo, o para aprovechar Dublín como entrada accesible al mundo anglosajón.
Caminar por el campus del Trinity es un cruzarse con universitarios llegados de todas partes, algunos de ellos uniformados y entrenando para el próximo partido de Ultimate Frisby (mantener un Frisby volando un rato puede ser más difícil que resolver problemas matemáticos avanzados).
El Trinity aparece en el prestigioso ranking de Shanghai entre las 300 mejores universidades del mundo. Dublin es además una capital mundial de las letras por derecho propio: aquí han nacido dramaturgos como Becket y poetas como Yeats, ganadores del Nobel de Literatura, o Joyce (ese autor que a mi siempre se me ha resistido).
“Love loves to love love.” James Joyce, Ulysses
Podría recomendar las direcciones donde nacieron o vivieron, pero creo que la mejor herencia está en las calles de Dublín, que albergan más librerías que McDonalds o Zaras.
Caminando por el campus me asomo a la puerta entreabierta del Samuel Becket Theatre, donde los estudiantes y profesores están llevando a cabo un ensayo.
Un poco más al sur, el Museo de Geología celebra una sesión de puertas abiertas, donde los niños de cinco y seis años se interesan por la geología en talleres organizados por los propios alumnos, dejando caer “meteoritos” (pelotas de golf) en la “superficie de Marte” (bandejas de harina), y donde aprenden a relacionar el tamaño de los cráteres con el de los meteoritos que los produjeron.
Buscando la salida hacia Dawson Street me encuentro el último regalo del día, a cargo del Trinity: La Douglas Hyde Gallery expone Mandrake, una impresionante colección de Francis Upritchard (hasta el 6 de noviembre): unos seres desvalidos y teatrales, medio idos, catárquicos, con sus rostros apagados, que pueden evocar cualquier cosa: desde la desesperanza, al estado de gracia. No hagas caso de la foto: es imposible reflejar en una cámara la inmaterialidad de estas creaciones.
Salgo del Trinity por la puerta lateral, caminando por Dawson Street, todavía conmovido por esas figuras carentes de mirada, y preguntándome por qué una representación de la miseria nos conmueve más que la miseria, pero la profundidad de este fugaz pensamiento se desvanece al pasar por delante de Carluccio’s (es hora de comer, y el tiempo está justo porque hay que ir al aeropuerto).
Con bastante culpa por el rápido (y conveniente) cambio de prioridades, entramos en el restaurante italiano, donde Javier nos sienta en una mesa junto a la ventana:
«Are you guys from Italy»?
– No, we are from Spain.
Javier, malagueño, sonríe y nos explica que lleva ocho años trabajando en Dublin, contento, ayudando a los clientes a escoger entre minestrones y antipasti, a pocos metros del Trinity.
Y tomé mi última comida, italiana, en Dublín, a salvo del arte y de la pobreza.
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