Cuando era niña, en Colombia, mis vacaciones estaban aliñadas por intensas sensaciones y novedades. Como vivía en la meseta a 2.600mt sobre el nivel del mar y en el trópico, el clima era tan estable que «bajar» a tierra caliente, con su cambio de temperatura radical, era un aliciente adicional a las ya añoradas vacaciones. La tierra caliente era un paraíso poblado de árboles frutales, sonidos y aromas muy poco habituales en la ruidosa Bogotá. El día de mi visita a Niño viejo, me sentí tan ilusionada como esa Lila de 6 años que bajaba a tierra caliente como si se embarcara en el Argo para la búsqueda del Vellocino de…
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