Ciudad: Barcelona.
Dirección: Diputación, 424.
Teléfono:93 231 00 57.
Precio medio: 50€ sin vinos.
Cuando llegué, lo primero que vi fue una pareja de ancianos, ella con ese peinado esponjado que les hacen a las señoras que no tienen ya nada que perder, él con un tic sonoro muy incómodo. Yo, que me veo tan vanguardista, me vi en un local simple con mesas amplísimas vestidas con largos manteles blancos y colores reposados como de antesala de hospital. Pero llegó el camarero con la carta y mi curiosidad hedonista despertó briosa. Anunciaron cinco aperitivos: “Chof” de vichisoise, una cucharadita de la casera crema, envuelta en una película de gelatina, que estallaba fresca en la boca. La crema no fue memorable, pero el juego si, y valió la pena. Después pan con tomate y fuet triturado con nitrógeno líquido, que hacía del clásico aperitivo una experiencia excepcional, un golpe de sabor en el que destacaban el aceite y un excelente embutido en abrazo intenso con el pan. Todo el sabor de un buen bocata en una cucharilla de café. Seguimos con sardinilla a la brasa con mini dados de patata confitada y aceite de albahaca…
-comería 10 más- Dije golosa, con los sentidos aguzados por el toque ahumado, como de brasas, al fondo del paladar. Ya rendida a los pies del chef, comí “arena” de sofrito de sepia y cebolla congelada con nitrógeno líquido que se mezclaba con sopa de guisantes verdísima. La sepia se fundía rápido en la boca, y yo apuraba el deseo. Por último, yema de huevo coulant con crema de patata trufada, que destilaba su aroma suave de trufa. Con los aperitivos ya habíamos disfrutado como reyes y faltaban los platos. Pedí arroz con tripa de bacalao, en estaba en su punto y exquisito. Claro, la cocina de Jordi Herrera parece calculada al milímetro, y aunque dotada de ese aire científico, te revuelve las emociones y recuerdos con pasión, como si de repente, el mismo Pavarotti se uniera a coro contigo mientras tarareas tu canción favorita… Mi compañero tomó falso arroz (patata rayada casi al dente) con chipirones y caracol de mar, que absorbió bien la abundante tinta de calamar, quedando caldoso, con poco almidón lo que le daba una textura fluida y sorprendente. De segundos, filete de ternera con un intenso aroma de tomillo y brasas, setas, patata y ajo confitado, tan tierno que casi podría cortarse sin cuchillo y muy sabroso. Y rape con garbanzos en un contraste único, con cubitos de morcilla y oreja de cerdo. Había un silencio de iglesia entre nosotros. Para ir cerrando: caipiriña ácida, fresca, deslumbrante y bailadora para sacarnos del reposo. Y coulant de haba de cacao con helado de piñones tostados. Música pura con sabores profundos, notas vibrantes y puras endorfinas. Imprescindible. Con el café petit fours de gominola, pipas y otras delicias. No hay que decir más ¿cierto?