Comienzo con una premisa: en Matís Bar comerás muy bien! tienen algunos platos impresionantes como las exquisitas Albóndigas a la jardinera con una melosidad remarcable, con toques de hierbas frescas por encima que les dan carácter y un aire de novedad (menta y berros por ejemplo, que combinaban sorprendentemente bien, rabanitos) cada bocado era como descubrir el lunar secreto de una persona que te gusta…
O las tiras de papada, tierna y jugosa, con ajos encurtidos y jengibre, que suena a bomba molotov pero es un plato delicado del que comería varias raciones a riesgo de explotar…
O los bocaditos de roastbeef de vaca con emulsión de piñones, que horneado a bajísima temperatura conserva su noble corazón rosa y que un aliño ligero del piñón adorna como si fuera una gotita de perfume detrás de la oreja para una cita especial…
También recomendables, y mucho, el salpicón de pulpo, con la carne firme y sabrosa y la vinagreta fresca y alegre, o los mejillones con vinagreta, un picadito de cebolla, cilantro, pimiento y ¿apio? que tenía la alegría metida en el cuerpo. Muy sabrosos.
Y para comenzar un bombón de queso parmesano y crujiente de tomate, que es un bocado denso que abre el apetito. Platos bien elaborados, con mimo y buenas materias primas. Cocina cercana y cuidada.
Los postres no me cautivaron, pero yo no soy muy de postres, tomamos un after eight de cuchara, con una crema de chocolate recubierta por un polvo de menta muy intenso, casi brutal, que para los amantes de esta combinación puede resultar ideal; y una sopita de frutas como con textura gelatinosa, suave y bastante sutil, a la que le faltaban toques ácidos o picantes para darle más fuerza o personalidad.
Sin embargo, el reclamo de «cocina canalla» que se ha hecho desde el restaurante y algunos medios me lleva a falsas expectativas pues imaginaría platos más de comer con los dedos, raciones más abundantes, una ambientación cálida, cercana y también platos más baratitos (una ración con 3 mejillones a la vinagreta por cabeza resulta escasa, por más ideales estén, a menos que sean parte del aperitivo por cuenta de la casa).
Por otra parte, el espacio no alcanza a ser acogedor, ni cómodo, ni especialmente agradable. Parece una herejía, justamente decir que un rincón en el colegio de arquitectos de catalunya el «estar» no sea agradable pero a mi me resultó penosamente cierto. Las luces blancas en el techo como de pasillo de hospital, la bancada de madera en la que me senté, fría y dura, y la acústica inadecuada no me dejaron entrar del todo en ambiente. Si, Matís Bar está en el colegio de arquitectos pero parece más la cafetería de una entidad bancaria, ese fue el comentario de mi joven acompañante: una chica de 24 que se ha recorrido montones de bares «gamberros» que proclaman con los actos lo que Matis Bar afirma con las palabras…
El público menos joven de lo que esperaba y más variopinto, parecía de paso, pero es un juicio absolutamente fuera de cualquier confirmación. Una mesa de 2 parejas con una niña pequeña, de brazos, una pareja de casados por los 60′ y un grupo de amigos por los 40′ fueron mis vecinos de ágape el sábado a medio día. Esperaré a ver que sucede por las noches. Por el momento os invito a visitar Matís Bar y probar sus platos, conectar con la amabilidad de los camareros y buscar la belleza de un espacio que a mi me parece frío y poco atractivo, pero si vas a descubrir platos bien hechos con sabores familiares y fondos afectivos, este es el sitio.
FICHA:
Ciudad; Barcelona.
Dirección: Plaça Nova, 5.
Teléfono: 93 412 19 95.
Precio medio (sin vino): 30€.