Ciudad: Madrid.
Dirección: Castelló, 83.
Teléfono: 91 578 26 05.
Cocina: alta cocina italiana.
Precio medio: 45€. con copa de vino si eliges degustación.
Comí en un delicioso italiano que ya está dando que hablar y no sólo porque tengan un arroz exquisito de azafrán, boletus y parmesano coronado con una hoja de oro culinario de 24kilates… es bueno porque todos sus platos están en el punto perfecto de cocción, porque usan materias primas inmejorables (importadas directamente de italia) y porque tienen un ambiente cálido y apacible. Prueba cualquiera de sus pastas, el risotto inevitable, su exquisito solomillo de buey con foie y reducción de vino o los infaltables gnocchetti de patata con salsa de hongos del bosque y trufa negra. No querrás salir de allí.
Cuando abrió sus puertas hace poco más de un año, muchos críticos gastronómicos hicieron sus reseñas, y en todas se hablaba de su resplandeciente risotto con hoja de oro… a mí me pareció un poco pretencioso y temí, pues las muchas alusiones a este plato parecían justificar precios astronómicos y una cocina excesivamente vistosa que a veces, riñe con la calidad. Decidí dar tiempo al tiempo y dejarlo rodar. La espera no pudo dar mejores frutos: El salón decorado con sobriedad y calidez es un buen primer reclamo. Sillas de terciopelo color burdeos y bancos largos en color negro. Algunos muros en dorado mate, muy bien dispuestos y sin causar la impresión de lujo asiático (tan cutre), repisas de madera con botellas de sus buenos vinos italianos y algún que otro detalle magníficamente ajustado al espacio. La carta sofisticada pero sin excesos, con platos de las diferentes regiones del país. Abrimos con un buen Proseco frío y berenjenas a la parmesana con pesto de albahaca, en una ración compacta y suave con la salsa de tomate equilibrada y perfecta. El atento mairtre recomendó con acierto los siguientes platos. Decidí dejarme guiar y no me equivoqué. El carpaccio de pulpo con limón y flores de alcaparra, parecía una ofrenda a neptuno… la textura logradísima y el aliño, suave y fresco, conseguían dar al plato mucho brillo. Para no quedarnos con la duda, pedimos el famoso risotto caput mundi, con hoja de oro, azafrán, boletus y parmesano que justificó con creces la fama que le precedía. Untuoso, con azafrán de primera calidad y equilibrio innegable entre todos los ingredientes… la hojilla de oro contribuía dando al plato belleza, un guiño juguetón que en una mala receta sería como una afrenta. Pero aquí las cosas no habían hecho más que empezar pues probé también los gnocchetti de patata con salsa de hongos del bosque y trufa negra. Mis buenas impresiones se elevaron hasta el gozo. La salsa evocaba los sabores de la tierra adornados con toques ligeros de hierba y la trufa, de excelente calidad, aromatizaba el plato sin agobiar nuestras papilas. Perfectos. Para rematar un buen trozo de solomillo de buey en corte grueso y jugoso, servido en su punto exacto con foie fresco, de textura sublime, en una reducción de vino muy suave. Para cerrar un tiramisú como Dios manda, con el punto justo de licor y un muy buen mascarpone, y la tartita de chocolate (micuit), con lámina de oro (apta para descrestar pero no imprescindible), salsa de naranja y helado de vainilla que cumplió con creces con todas mis expectativas. Al terminar los postres no había duda: aquí el oro es lo de menos. Lo que brilla es la mesura y el excelente sentido culinario. ¿Para qué más?