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SANTA MARÍA


Ciudad: Barcelona.
Dirección: Comerç, 17
Teléfono: 93 315 12 27.
Precio medio: 20€ por cabeza.

El éxito se comporta como una chica de culebrón: a veces se te entrega sin que hagas ningún esfuerzo, otras puedes matarte por seducirle y no te mira, o te guiña los ojos un día para darte con la puerta en las narices minutos después. A Santa María el éxito le visitado muchas veces pero en ocasiones ves el local casi vacío a pesar de que en su mínima cocina, se incomodan cinco cocineros de muy buen ver y buenas artes. Yo entiendo la contradicción: aquí se come bien pero el local es incomodísimo: las mesas de madera de muy poca calidad son mínimas (como los platos que se sirven, que son tapas), y las butacas, enclenques y durísimas no hacen nada por agradar a tu trasero. Sinembargo el balance positivo (aunque querría llevar un cojín hinchable como los que llevan al estadio los fanáticos del football). La cuenta, 18€ por persona sin vino.

Por la variedad de propuestas, en Santa María se trata de compartir las raciones con tus acompañantes, pero la infinidad de platillos que tienes que pedir para comer con algo de decoro, no caben en las ahorrativas mesitas. Un desastre. Nosotros éramos tres, con un metabolismo ultra veloz que mueve nuestras ansiedades invitándonos a una batalla, encubierta y elegante eso sí, por el bocado que para un observador atento resultaría de novela épica. Pedimos pan con tomate, chips de boniato (que estaban crujientes pero blandos, mucho mejores que los que pruebo habitualmente en restaurantes de diseño), salteado de arroz a la Camarga y verduritas que estaba delicioso, con la textura irrepetible del arroz salvaje y un sabor firme, como el brócoli que le daba su buen color; anchoas marinadas allí mismo de buen tamaño y un sabor especial sobre raciones de pan del bueno, que sirvieron en números impares lo que estuvo apunto de causar algún deceso; ensalada de calabaza , cruda y exquisita, servida en un vasito insuficiente; empanadilla de dorada desafortunada, no admite comentario; deliciosos trozos de Jurel con puré de boniato, fesols con butifarra y panceta, calentito y tostado como esos platos magistrales de las madres que se guardan para el día siguiente (en Latinoamérica se llaman calentados y son perfectos para combatir la resaca) y tartar de ternera con toque de mostaza y cebollino que tuve que repetir, esta vez para mi sola. De postre es imprescindible el drácula: una mezcla de petazetas, crema de frambuesa, vainilla y espuma de coca cola o la panacota con queso pera y café que le hace competencia. Los vecinos de mesa, dignos representantes de la belle bohemia, parecían con más carnes que yo, pues se divirtieron hasta altísimas horas sin dar muestra alguna de incomodidad. El balance positivo (aunque querría llevar un cojín hinchable como los que llevan al estadio los fanáticos del football). La cuenta, 18€ por persona sin vino.

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