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MOO

Ciudad: Barcelona
Dirección: Roselló, 265,
Teléfono: 93 445 40 00/ 04
Cocina: De autor.
Precio Medio: 75€ degustación sin maridaje, carta: desde 60€ sin vino.

Con una reciente estrella Michelín en su haber, los del Moo saben cautivarte.
El diseño, plagado de detalles (una invitación a la lujuria) y la gente vestida con sus mejores galas (sin que se note) pueblan el espacio con un aliento super chic. La comida es totalmente irreprochable. Si te atreves lánzate al menú Juan Roca con maridaje (90€) la inversión vale la pena. Te lo garantizo.

Para ir al Moo hay que ponerse guapo, pues aquí todo funciona como una gran puesta en escena en la que nadie querría desentonar. El diseño plagado de detalles es una invitación a la lujuria, y la gente, vestida con sus mejores galas (sin que se note) pueblan el espacio con un aliento super chic. Casi demasiado… pero al llegar a la sala la sensación de estar en el mundo de Barbie desapareció. El ritual había comenzado. Para empezar aperitivos espectaculares con ese toque de diseño que nos hacen sentir en una peli futurista: grisines cubiertos de etéreo queso parmesano y aceite de trufa, minúsculos platitos de cristal con trufa y remolacha en un encuentro colorista apasionado e intenso; estofado de pies de cerdo, cresta de gallo y sepia en un platito pequeño como una flor y una textura irrepetible… buenos comienzos que anunciaban una fiesta de los sentidos. Elegimos menú Juan Roca con maridaje (60€) en el que plato y vino eran una pareja de amantes bien avenidos. Foie gras en sopa con lichis y rosas, de textura inigualable, evocadora, como si de repente abrieras un cofre en tu memoria y saliera un leve perfume de rosas…saboreado lentamente con el vino dulce de la Alsacia… -no tengo ni idea de cocinar- pensaba mientras intentaba detectar el origen de esa nota afrutada en el fondo de la boca. Seguimos con la cigala más suave y jugosa que he comido nunca, con cebolla tierna y espuma de cítricos que en bocados lentos y serenos soltaba una chispa de alegría hacia el final. Después dorada con queso feta y hierbas de textura inimitable y el apoyo de un queso más suave de lo previsto. Para terminar con el cabrito con yougurt y rebozuelos que estaba muy suave, deshaciéndose al contacto con el tenedor pero con una crujiente capa tostadita. El acompañamiento inigualable. Pero aún no habíamos terminado y aunque mi acompañante, que es muy gloton, decía que las raciones eran justas, yo estaba casi al límite de mis posibilidades… vinieron los quesos, un vertical de comté de diferentes añadas y acompañados por toques diferentes, suculento. Los postres fueron para mí lo menos memorable de la comida y eso que estábamos ante la maravillosa idea de sugerir en el gusto los aromas de perfumes clásicos y deliciosos, la imitación del Miracle de Lâncome tenía un fondo amargo que no fue de mi agrado, mientras que las tres texturas de chocolate y cerezas, me sacó del desencanto. Con el aromático café, bombones dfe cardamomo, avellana con pan de especias (con un toque de sal) y fresas. Apoteósicos. Claro, una estrella Michelín no es moco de pavo.


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